Por: Luis Enrique Díaz Rojas
Atravesar o sentarse en el legendario parque Calixto García es una cotidianidad para los holguineros y quienes desde cualquier parte se llegan por esta ciudad del oriente de Cuba, pero hoy, no como otras veces, me detuve en mí agitado andar porque un aire de reanimación se respiraba en el entorno.
Hombres con su vestimenta de laboreo e instrumentos en manos, por arte de magia le iban curando al lugar las heridas del tiempo y del maltrato, dando un toque de rejuvenecimiento a todo.
Pintura, cambios de luminarias defectuosas, reparación de verjas que rodean las jardineras, nuevas plantas ornamentales en las áreas verdes y hasta la tala del viejo pino que amenazaba en derribarse, más la meticulosa limpieza de los barrenderos, dieron nuevos colores al paisaje. El ir y venir hoy de los transeúntes iba acompañado de una mirada agradecida, un gesto de complacencia o una frase de elogio ante lo que a ojos vista se aprecia en este pedazo del centro de la ciudad de Holguín, que todos con chovinismo y nostalgia lo recordamos bien de cerca cuando estamos lejos.
En la estancia de mi agitado andar tropecé con José y Fermín, dos relloyos setentones, que inspirados se recontaban sus picarescas historias de juventud, como lo hacen cada mañana desde su jubilación en el banco izquierdo del centro del parque, donde nadie los molesta. Con lo fuerte que estaba “el rubio” en la maña me percaté del paso del tiempo, miré la hora, eran las 9.30 am y decidí continuar mi camino, dejando atrás lo que acontecía hoy en el parque.
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